Hoy vamos a hablar de una palabra que usamos a diario en el sector cultural, espectador. Una palabra que, aunque parece sencilla, esconde un secreto a la altura de lo que ocurre con el río Guadiana, que aparece y desaparece según el siglo. ¡Vamos a descubrir qué secretos esconde esta palabra!
No es extraño pensar que su origen está en el latín. Procede de la palabra SPECTATOR y esta de SPECTARE 'mirar, contemplar'. Seguramente, la forma latina tenía los significados de 'testigo ocular de un acontecimiento' y de 'persona que asiste a un espectáculo público'. Y es que se atestigua ya desde el siglo III a. C, lo vemos en los textos de Plauto con el significado de «el que contempla un espectáculo público».
Por ejemplo, en Francia spectateur se empleó en el siglo XVI, y en Inglaterra, en esa misma época, se documenta spectator. Pero, ¿qué ocurrió en el español? Las primeras documentaciones de espectador son del siglo XVII, y las escribe Miguel de Cervantes en la segunda parte del Quijote y en Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Por ello, se piensa que espectador podría ser un cultismo (vocablo procedente de una lengua clásica que se toma en préstamo en una lengua moderna y no pasa por las transformaciones fonéticas propias de las voces populares o patrimoniales), introducido en el Renacimiento, como muchos otros vocablos.
En el siglo XVI está documentada la voz espectáculo, emparentada con la anterior. No obstante, ni antes ni después de que la escribiera Cervantes se documenta la palabra espectador. Es como si la palabra desapareciera hasta el siglo XVIII. Concretamente, aparece en en el Diccionario castellano de Esteban Terreros (1787) y en el académico de 1791, aunque ya hay testimonios anteriores de ese mismo siglo. A partir de ese momento, podemos encontrar la palabra en multitud de ocasiones.
Si os dais cuenta, aquí hay un gran misterio, digno de que forme parte de una novela de Agatha Christie. ¿Cómo es posible que una palabra solamente la mencione un autor en el siglo XVII (Cervantes) para luego desaparecer y emerger con más fuerza que nunca dos siglos después, sin razón aparente? El filólogo Pedro Álvarez de Miranda ha tratado este tema, y lo denomina como un caso de «neologismo virtual» del siglo XVIII. Es decir, parece que hubo un fracaso absoluto cuando se intentó incorporar al idioma como cultismo, tal y como lo hicieron otras lenguas. Dicho intento, además, estuvo expuesto a distintas dudas en su grafía, ya que Cervantes escribió aspectator y espectator. El Diccionario de Autoridades incluye espectator, pero señala: «Es voz puramente latina».
Imaginad, estamos hablando de una época, la del Siglo de Oro, donde el teatro de Lope de Vega o Calderón se encontraba en su mayor apogeo, tendría que haber muchos espectadores, ¿no? Entonces, ¿por qué no se utilizaba esta palabra? Fácil y sencillo, porque había otras palabras, tales como auditorio, oyentes o público. Es decir, la necesidad expresiva estaba cubierta, no hacía falta incorporar otra palabra en el Siglo de Oro. Pero, entonces, ¿por qué se optó, en el siglo XVIII, por la palabra espectador?
La respuesta no está clara del todo y hay varias hipótesis. Pudo ser por influencia del francés, pero también por un cambio de perspectiva, por una tendencia hacia lo visual y no hacia lo auditivo (oyente, auditorio). En el siglo XVII se habla de oír una comedia y lo importante era lo que se percibía por el oído, pero a partir del siglo XIX es más importante lo que se ve.
No obstante, el tiempo sigue su curso, y en el siglo XXI nos encontramos con otra nueva tendencia. La palabra espectador ya está generalizada y asentada para cualquier espectáculo o entretenimiento (partidos de fútbol, conciertos, cine, televisión) y, de pronto, aparece una palabra nueva sobre el escenario que no les pasa por alto a los filólogos: audiencia. Esta se refiere no solo a los que oyen, sino también a los que miran. Pero esta vez tenemos pistas, evidencias que prueban que nos viene del inglés audience.
Como veis, las palabras y su significados no están quietas en sus butacas. Se mueven de sitio según les conviene en cada momento para saltar al escenario con toda la presencia del mundo. Para decir aquí estoy yo también, quiero que todo el mundo hable de mí.
-Fuente: Francisco Moreno Fernández (2015), La maravillosa historia del español, Instituto Cervantes.